Querido otoño,
no te vayas nunca.
Permíteme los cielos grises,
las hojas naranjas
y las tardes en su pecho.
Permíteme la rutina
el frío
y el adelanto del atardecer.
Permíteme las nubes rosas
los suelos marrones
los árboles desnudos.
Y que si llega el invierno
me pongas una manta blanca,
que nos tape
después de una tormenta
en la cama.
De esas que hacen temblar.
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